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jueves, 19 de noviembre de 2009

Los del setenta y seis derrotan en los segundos finales a los gatos salvajes

Por el enviado especial, Fran Carrillo*

El creador y cabeza pensante de este blog me tiene frito desde hace meses: “cuando vayas a ver un partido de la NBA me haces una crónica”, frase que se suele acompañar de esta otra: “parece mentira que en cinco años en Filadelfia no hayas podido ir a ver a los Sixers”, mientras niega con la cabeza, indignado ante mi desasistencia. Pues ayer fui, Jorge, y esta es la crónica autobiográfica adeudada.

Entrada al Wachovia Center.

El partido es a las 7.00 pm, así que quedo con Noble en su casa a las 6.15 pm para ir desde allí juntos a la cancha. Él vive en Carpenter y la 10th, a unos diez minutos en bici del Wachovia. Al llegar me abre la puerta con su traje de guerra, una camiseta de algún antecedente de los Grizzlies, en la que pone “Memphis” en grande y, detrás, su apellido: “Novitzki”, como el alemán, pero con “i” latina.

Vamos con la hora justa, así que montamos en nuestras máquinas a pedal y bajamos por todo South Philly, a través de esas manzanas monocordes y algo sombrías, como si aún no hubieran salido del hollín de la revolución industrial. Primero a la altura de Pats y del barrio italiano de Rocky Balboa y los padres de Los Soprano, luego a la de Wolf St, Mifflin St o Reed St, en que se suceden los pequeños bares irlandeses y los tréboles en las ventanas de las destartaladas casas.

En el límite de South Philly la 10th St, por la que seguimos bajando, se convierte en una carretera de varios carriles sobre la que se alzan, en un enorme complejo deportivo, primero el Citizens Park de los Phillies (Béisbol), con el regusto clásico que le dan los ladrillos, luego el Lincoln Financial de los Eagles (fútbol americano), que parece sacado de alguna secuela de Terminator, y por último el Wachovia Center de los 76ers, compartido con los Flyers (Hockey), justo enfrente del antiguo Spectrum, al que le quedan pocos días de vida.

Lo de ir en bici, aclaro, resulta una extravagancia absolutamente contraria al rito deportivo americano, demasiado asociado a la Pick up de guerra, la nevera llena de Budweiser y las provisiones interminables de algo grasiento empapado en ketchup. Aunque la ciudad está llena de atenciones para el ciclista, los estadios son un mundo poco friendly para los imitadores de Eddie Mercks (hace sólo un mes la gente se entretenía pitorreándose de nosotros a la salida del estadio de pelota). Pero nada, la vida verde y saludable exige de mártires, así que allí estábamos, preguntando a todo quisqui de nuevo dónde podíamos dejar las bicis, ante la mirada atónita de seguratas y controladores del parking.

Las cheerleaders también comen hotdogs.

La estrategia comercial del Wachovia está clara. Como a dos kilómetros a la redonda no hay edificio, ni bareto, ni chiringuito, ni carrito, ni chino con una socorrida cerveza y un bocata de jamón, te registran a la entrada para que no metas líquidos y te invitan a que uses la tarjeta de crédito en las asequibles franquicias del colesterol que hay dentro. A 8 dólares la cerveza y a 10 dólares el hotdog, de esos pobretones que uno puede hacerse en casa con la oferta de Oscar Mayer. Se aconseja ir comido y con el puntillo alegre de casa.

En los pasillos del estadio, muy modernos, muy limpios, con luces de centro comercial y sin rastro de olor a réflex, publirelacionistas uniformados te venden de todo, desde tarjetas de crédito (again) a planes telefónicos y hacen promociones de tiendas de ropa, restaurantes o franquicias de la electrónica. Por lo demás no parece que haya demasiada movida, pero es que los Bobcats de Charlotte no inspiran demasiado interés en esta parte del país, además de que tampoco se estilan las pandillas de incondicionales. Aquí el deporte es un espectáculo familiar, como ir a ver a Teresa Rabal.

La cancha impresiona. Accedemos por una bocana a la zona noble de las gradas, la de 75 dólares por barba, y entramos en esa lisérgica dimensión del entertainment… juegos de luces que se acompasan con el rap que suena a toda pastilla, el diseño de los trajes de calentamiento de los jugadores, los colores de la pista, la verticalidad de las gradas y el cálido ambientillo prepartido te meten un buen rollo en el cuerpo instantáneo. Primer pensamiento: “aquí pasan cosas” y segundo, “joder, qué grandes son estos tíos”. Esa sensación no me abandona cada vez que estoy cerca de jugadores de basket profesional, cuyos físicos parecen de otro planeta; imposible disputarles una bola sin ser aplastado como una hormiga. Pero viene Danny, eso pone en su chapa, y me saca de la ensoñación: que le enseñemos los tickets, así que nos obliga a confesar que no, que nosotros somos de los del gallinero.

Pregame.

Pues desde arriba no se ve tan mal. Ahí está la niña repelente que canta el “José can you see” (hay que levantarse), y luego, Iguodala, Louuuuu, Elton Brand, ahí cerquita, más o menos, corre que te corre, a vueltas con las transiciones rápidas contra unos incómodos gatos pardos de Charlotte que no dan su brazo a torcer. El juego transcurre rápido, lo propio de dos equipos jóvenes y nerviosos, aunque de fundamentos no andan mal, todo muy aseadito, buen juego colectivo y algunas buenas jugadas de Iguodala, que es el que parte el bacalao, con permiso de Brand. Conviene anotar, sin embargo, que el baloncesto es una cosa más de las muchas que ocurren en las tres horas que dura el partido. El marcador electrónico, devenido en macropantalla cuadridimensional en el centro de la pista, se encarga de convertir el partido en un espectáculo audiovisual donde parecería que esos diez tíos botando una pelota son el mero complemento a los sofisticados juegos de luces y sonido, bromas visuales en plan el día después, espectaculares imágenes a tiempo real de los jugadores o la animación en los tiempos muertos que transcurren por esa bola mágica que ríete tu de la de Gandalf.

Big brother.

Uno de los ganchos de más éxito es que la pantallita propone un juego a los espectadores: darse besos, tocar la guitarra o los bongós, bailar tecno, hacer el robot… y la gente se levanta de los asientos y comienza a ejecutar la chorrada mientras los más graciosos aparecen en primer plano sin ninguna vergüenza. Se lleva la palma un negro inmenso, como de 200 arrobas entregadas a cada performance, que obligan al realizador a hacerle chupar cámara sin parar. Hasta los jugadores, en pleno tiempo muerto, se mean de la risa y señalan al gran hermano que tienen sobre sus cabezas.

A todo esto, el partido sigue reñido, con diferencias que no pasan de los seis o siete puntos a favor de los Sixers hasta que, a fata de poco más de dos minutos, los gatos salvajes de Charlotte nos pegan un buen arañazo con un par de triples que les ponen por delante. 1:49 para el final y 3 puntos de diferencia para los forasteros. Llega el momento final y hay que hacer algo de emergencia. Tiempo muerto en la cancha y el cuerpo de animadores en el centro de la pista enarbolando una enorme bandera con el escudo de los 76ers, aquel que defendió Julius Erving. Se acabaron las chorradas, se precisan las armas de destrucción masiva filadelfinas. Silencio en la cancha, la bandera al viento y un video en la macropantalla: aparece Rocky cuidando a Marian, que está malita en la cama. El cuñado masculla algo a sus espaldas, Rocky consuela a Marian (no entiendo un carajo)…. y entonces mira a la cámara… ¡chan, chán! comienza el estruendo de las trompetas, Rocky corre, Rocky suda, Rocky pega, Rocky salta a la comba, Rocky machaca, Rocky hace abdominales y se bebe huevos crudos; surge el coro, siguen las trompetas… la mirada del tigre se extiende por el público que se levanta y grita enfervorecido ¡Todos en pie, el espíritu de Filadelfia sobrevuela la cancha, viva el cheesteak, las cheerleaders bobolonas y la constitución americana!!

En medio del delirio colectivo los jugadores saltan a la cancha y los Bobcats se convierten en gatitos remolones. En 1:49 les pasamos por encima: parcial de 6 a 0 y a otra cosa mariposa. El arma secreta funciona.

Calle otra vez. Pillamos las bicis y vuelta a la urbe de cemento. Enseguida toca meterse en uno de los bares irlandeses y someterse a la dieta local: hamburguesa y cerveza. En la tele aparecen las reacciones postpartido pero nosotros ya estamos a otra cosa. Que si Bush y Obama, que si reforma sanitaria, que si la camarera no está tan mal. Pasado mañana juegan contra los Grizzlies.



* Más del autor en
Zigzag

2 comentarios:

Jorge (alerotirador) dijo...

Muchas gracias Fran, pero no hace meses sino años que te llevo pidiendo colaboración. Espero que ésta no sea la última y sabes que aquí siempre serás bienvenido.

Titular excesivamente largo pero que me encanta por esa latinización puertorriqueño-cubana que llevas dentro.

Para aquellos que tengan duda de que la crónica está hecha desde Philly no te han faltado detalles de localización.

Como verás incluyo alguna errata tal cual me las has enviado:

Novitzki puede que sea el apellido de tu amigo, pero el alemán famoso que mencionas se escribe con la misma “i” latina sólo que con W: Nowitzki.

Marían quizás se el nombre de la mujer de Rocky en la versión original pero aquí la conocemos como Adrian.

Igualmente excelente descripción del ambiente que rodea un partido, y sobre el partido… pues la verdad es que cuentas poco pero eso no era lo importante, el que quiera información pura y dura que acuda a las crónicas de los especialistas.

Una vez más, muchísimas gracias por tu colaboración. Un abrazo.

General Espartero dijo...

Gran post, regálanos alguna crónica más!

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