Por Jorge
Luego llegaría la NBA, y el hijo no paraba de ver partidos y reportajes por televisión a todas horas, y si no había ninguna retransmisión repetía lo que grababa en vídeo una y otra vez para fijarse en cada detalle del juego. Su madre, paciente, le dejaba hacer sin quejarse, y hasta iba creciendo su gusto por este deporte, prestando atención cuando el hijo trataba de explicarle cualquier anécdota sobre un jugador, equipo o lo que fuese.
Al final la madre acabó “enloqueciendo” también, a su manera, claro, mientras acompañaba a su hijo frente a la tele, y así desarrollo una afición por este deporte en su madurez (y luego por todos los demás en general), que le llevó incluso a alguna cancha, como cuando viajó a Sevilla hace veinticinco años para ver un partido amistoso de la NBA (imagen de arriba).
Ese apego fue creciendo y se mantuvo en su vejez, coincidiendo con los mejores años del baloncesto español, y seguramente con el mejor baloncesto que se jugó nunca. Y esa afición unió un poco más a madre e hijo.
Ahora ese recuerdo se quedará en él, y cada vez que mire baloncesto por la tele la imaginará a su lado, y recordará esa especie de mantra que pronunciaba entusiasmada cada ver que se acercaba un gran partido con el ánimo de que ganara su equipo preferido: “a ver si ganan, aunque sea por uno”.