Buscar en BA-LON-CES-TO

sábado, 11 de abril de 2020

Este partido lo vamos a ganar

Por Jorge

Hace demasiado tiempo que no voy al colegio. Y no puedo jugar al baloncesto. Todo empezó un jueves que faltaron muchos niños. La última clase era la de lengua. Los jueves leemos en voz alta, y me gusta porque así aprendo muchas palabras nuevas, pero lo mejor viene después, el entrenamiento de baloncesto.

Nuestro entrenador siempre nos divide a todos los niños en dos grupos. A un lado estamos los de segundo que ya jugamos el curso anterior, y en la otra canasta se quedan los de primero que están aprendiendo y muchas veces cuando tiran no llegan al aro, aunque siguen intentándolo. Pero aquel jueves fue distinto. Ese día nos mezclamos unos con otros haciendo juegos nuevos muy divertidos. Parecía la fiesta de final de temporada.

Al final del entrenamiento el entrenador siempre se despide de nosotros juntando puño con puño con cada uno de nosotros, pero esa vez no lo hizo. Y después siempre todos juntamos nuestras manos con la suya para hacer el grito de equipo, pero eso tampoco pasó. Y le miramos extrañados.
–Hoy no podemos juntar las manos, pero habéis entrenado muy bien, como siempre –nos dijo. Luego salimos del gimnasio en fila india para subir las escaleras que conducen al patio donde nos esperan las madres y padres que vienen a recogernos.

La salida de baloncesto también es un momento muy divertido, porque mientras merendamos podemos correr como locos por el patio, pero aquel jueves tampoco hubo carreras. Por increíble que parezca estaba vacío, y mi abuela que nunca había venido a recogerme estaba allí.
– ¿Por qué no ha venido mamá? –le pregunté, mientras me agarraba de la mano.
–Tiene mucho trabajo, tenemos que ir a casa – me respondió sin darme más explicaciones.

Mamá es cuidadora en un centro de personas mayores con discapacidad. Una vez le conté que mis amigos se burlaban porque dicen que trabaja con personas tontas.
–No te preocupes, ellos no lo entienden, son personas que tienen capacidades que los demás no pueden ver, son especiales –me dijo ella. Desde entonces siempre que me preguntan en qué trabaja mi madre, digo que cuida a personales especiales.

Cuando llegamos a casa de la abuela, papá estaba allí. Hablaba con mamá por teléfono, por internet, y en cuanto cruzamos la puerta me dijo que me acercara, que mamá quería verme y hablar conmigo.

Mamá estaba rara. Tenía la boca tapada con una especie de máscara, y parecía cansada.
–Por culpa de un bicho que no se ve pero que enferma a las personas, tengo que trabajar mucho –me contó. Luego me enteré que ella iba a dormir en casa mientras nosotros nos quedábamos con la abuela.
–No te olvides de hacer los deberes y sobre todo pórtate muy bien con la abuela –me dijo también. Y sus ojos se pusieron brillantes.

–Ahora no podemos tocarnos como antes –me explicó después papá. Así que nos besamos sin besarnos y no podemos abrazarnos. Tampoco paramos de lavarnos las manos una y otra vez.

Desde aquel jueves no salimos de casa de la abuela. Sólo papá a veces va a comprar comida. Y no entiendo por qué no puedo ir al colegio y jugar al baloncesto, pero tengo que portarme bien como me pidió mamá.

–No irás al colegio hasta que no acaben con ese bicho – me dijo una vez la abuela. Así que a veces hago una pelota con unos calcetines y los tiro a una papelera como si estuviera tirando a una canasta.

Un día papá estaba mirando un partido de baloncesto por la tele. A veces la imagen se ponía borrosa y no se veía muy bien.
–¿Por qué juegan en calzoncillos? –le pregunté. Y no me contestó, pero se rió.
–Es un partido que se jugó hace mucho tiempo. Tú no habías nacido –me dijo.
También me llamó la atención como gritaba el público para animar a su equipo. No entendía qué decían, entonces papá empezó a dar palmadas y tararear: ¡este partido lo vamos a ganar!

Por las mañanas mientras leo y hago mis deberes, la abuela mira la televisión. Alguna vez miro de reojo y me fijo que salen muchos números en la pantalla, pero no sé qué significan.
–¿Qué pasa abuela? –pregunto, porque la veo triste.
–Nada cariño, estos héroes acabarán con el bicho y pronto volverás a jugar al baloncesto –me dice señalando la pantalla en la que sale gente vestida como médicos y enfermeras con batas y máscaras como la que tiene mamá.

Todos los días, por la tarde, vemos a mamá por el teléfono. Y al final siempre habla un rato conmigo.
–¿Por qué sois unos héroes si no lleváis capa? –le pregunté una vez.
–Las mascarillas nos dan poderes para acabar con ese bicho que no deja que salgamos a la calle –me respondió. Así que me he hecho una máscara con un pañuelo, porque yo también quiero ser un héroe para poder salir a la calle y volver a jugar al baloncesto.

Por las noches antes de acostarme salimos al balcón. También todos los vecinos. Y aplaudimos.
–Aplaudimos para animar a los héroes que como mamá, están cuidando de la gente que está enferma –me dijo una vez papá. Hoy no veo a la gente muy alegre, así que cuando noto que los aplausos se apagan, doy palmas con más ganas, y entonces empiezo a cantar a gritos que ¡este partido lo vamos a ganar! Y el resto de vecinos de todos los balcones, como si estuviéramos en un partido de baloncesto, se unen a mí con más fuerza: ¡este partido lo vamos a ganar!

Cuando me voy a la cama, la abuela siempre me da un abrazo sin que nos vea papá, pero hoy me mira con los ojos brillantes.
–Tú también eres un héroe –me susurra al oído cuando me arropa. Y entonces me duermo soñando que cuando me levante al día siguiente todo habrá terminado, que volveré a ver a mamá, y podré volver a jugar al baloncesto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Bienvenido a BA-LON-CES-TO.

¡Muchas gracias por hacer tu comentario!