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jueves, 2 de septiembre de 2021

A la memoria de una madre baloncestista

Por Jorge

Érase una vez una madre más buena que el pan, que tuvo que aguantar al “loco” de su hijo aficionado al baloncesto. Afición que comenzó en los años ochenta, y cuyo primer recuerdo baloncestista juntos fue escuchar por la radio, en la cama, la final olímpica de Los Ángeles de 1984.

Luego llegaría la NBA, y el hijo no paraba de ver partidos y reportajes por televisión a todas horas, y si no había ninguna retransmisión repetía lo que grababa en vídeo una y otra vez para fijarse en cada detalle del juego. Su madre, paciente, le dejaba hacer sin quejarse, y hasta iba creciendo su gusto por este deporte, prestando atención cuando el hijo trataba de explicarle cualquier anécdota sobre un jugador, equipo o lo que fuese.

Al final la madre acabó “enloqueciendo” también, a su manera, claro, mientras acompañaba a su hijo frente a la tele, y así desarrollo una afición por este deporte en su madurez (y luego por todos los demás en general), que le llevó incluso a alguna cancha, como cuando viajó a Sevilla hace veinticinco años para ver un partido amistoso de la NBA (imagen de arriba).

Ese apego fue creciendo y se mantuvo en su vejez, coincidiendo con los mejores años del baloncesto español, y seguramente con el mejor baloncesto que se jugó nunca. Y esa afición unió un poco más a madre e hijo.

Ahora ese recuerdo se quedará en él, y cada vez que mire baloncesto por la tele la imaginará a su lado, y recordará esa especie de mantra que pronunciaba entusiasmada cada ver que se acercaba un gran partido con el ánimo de que ganara su equipo preferido: “a ver si ganan, aunque sea por uno”.